Amaneció el día triste. Se paseó la pena. La olvido. La aparto. Quiero que no tenga hueco. Pero no se deja.
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Y entonces recuerdo. Te miro y tu alegría la ahuyenta, tu gracia la aleja y tu caricia, viva aún, la borra. Vuelve y la destrozas. Siempre al quite, madre. Como siempre, Paca.
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Pasa el día. El pesar persiste.
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Vuelve, madre, siempre cuando el dolor vuelva. Acúnalo con tu mirada. Reviértelo con tu alegría. Y haz como entonces: Devuélvemelo en vida.
El 15 de abril falleció en Olite mi madre, Paca Elcid Escudero, a los 92 años, de repente e inesperadamente, sin enterarse casi, sin agonía, plácidamente. Nuestra familia afrontó ese día y al siguiente el duelo y el funeral orgullosos de ella y tranquilos porque tuvo una buena muerte.
Con estas palabras la despedimos el día 16 de abril en la parroquia de San Pedro de Olite. Y las reflejo aquí porque quiero que este pequeño homenaje en público a Paca y Antonio sea perdurable.
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Soy Daniel. Soy el hijo mayor de Paca Elcid. La mayoría me conoceréis, pero muchos no me reconoceréis, porque hace cuarenta años que estoy fuera de Olite, en Canarias. Diré unas palabras para, sobre todo, expresaos a todos el agradecimiento y el afecto de nuestra familia por vuestra presencia aquí.
Un funeral
Estamos en un funeral. Es también un encuentro, un testimonio, una celebración de su vida. Es un homenaje. Y es una despedida agradecida. Cinco en uno. Vayamos por partes.
Un encuentro
Este congregarnos todos es un encuentro, no solo entre nosotros. Es un encuentro con la Paca, con Paca Elcid (el último en vida).
Todos sabéis lo que le gustaba a ella un encuentro, una conversación, un preguntarse mutuamente, un compartir de todo, una transfusión mutua de afecto sincero, o una expresión de la pena por el mal sufrido por otro.
Nuestra madre se alegraba mucho con muchas cosas, pero también se compadecía con el dolor del otro, de los otros. Mucho.
Creía sin duda en esa matemática sencilla que asegura que las alegrías compartidas, por dos al menos se multiplican; y que las penas compartidas se dividen al menos por dos y son la mitad de penas.
La alegría por haberla conocido, disfrutado y querido hoy la compartimos aquí todos; y la multiplicamos juntos por dos, por dos, por dos… muchas veces. Y la pena por haberla perdido la amortiguáis todos en mucho al venir a su último encuentro, al último adios. Gracias.
Un testimonio – Celebración de vida
Es funeral, es encuentro, es testimonio y celebración de la vida intensa de Paca y de la suerte y el privilegio de haber podido compartirla con ella.
Es la celebración de haber sido tocados por su alegría, por su temple, por su ánimo, por sus ánimos siempre prestos, por su espíritu aventurero y viajero; por su arte para la comedia y la declamación (que unos pocos conocían) y por su arte para la vida y sus anhelos.
Y es la celebración por habernos cruzado todos en estos años con una persona esencialmente buena, una buena persona buena; porque no hay título y honor más alto que ese.
Un homenaje
Es funeral, encuentro, testimonio y celebración y es también un homenaje.
A tí, Paca Elcid, madre , abuela, bisabuela. A tí, Antonio Cerdán, padre y abuelo.
Ayer se cerró vuestro ciclo vital aquí (porque tu papá siempre estuviste un poco en ella, en la Paca). Y como alguno de mis hermanos dice, aquí seguís mientras vuestro recuerdo siga viv
Cerrasteis ayer vuestro ciclo vital. Y concluisteis un ejemplo de vida digna, amorosa, fructífera en su sencillez, cálida, entregada a vuestra familia, pero para nada ajena o lejana no solo de amigos o cercanos, sino de cualquiera que lo necesitara.
Fuisteis pequeños labradores, desconocidos más allá de Olite. Gente común, pero no gente corriente. No tuvisteis una gran fortuna, pero nosotros fuimos muy afortunados de teneos.
Nada mejor en el futuro de nuestra familia que llegar a ser dignos merecedores del pasado que labraron. Del pasado en el que nos criaron.
En vuestra vida encontramos las mejores pautas, el humor, la gracia, el esfuerzo, el empeño, el compromiso solidario con el de al lado, con el de abajo, el ser hombre y mujer de palabra… Eso y muchas más cosas que me gustaría mostrar y trasladar a nuestros hijos, a vuestros nietos; y a vuestra bisnieta Sofia. Todo eso que nos haga dignos de vosotros, Paca y Antonio.
Una despedida agradecida
Hoy tenía que decirlo ante vuestros amigos. Bien alto. En este funeral que es encuentro y despedida; que es testimonio, es celebración y es homenaje. Y es agradecimiento a todos vosotros y a ellos.
Gracias, Paca y Antonio. Gracias a todos. De veras.
«El CICICOM (germen de la Facultad de Periodismo de la ULL) era Ricardo. Era el pulpo Ricardo en la múltiple función de gestor, programador, profesor, secretario, chófer y logístico«.
Palabras de Daniel Cerdán durante entrega póstuma al periodista Ricardo Acirón Royo del Premio Patricio Estévanez de la Asociación de la Prensa de Tenerife en reconocimiento a su trayectoria profesional. El acto se celebró en la Sala MAC-Casa Elder de la capital tinerfeña
«El nuevo presidente de la Asociación de la Prensa de Tenerife, Salvador García Llanos, me ha regalado el honor de aportar hoy una breve semblanza de Ricardo Acirón, galardonado con el premio de periodismo “Patricio Estévanez”, el político y periodista que creó hace 113 años esta organización profesional, la de más solera de nuestro oficio, tanto en Canarias como en todo el país.
Y el presidente saliente, Juan Galarza, concluyó su gran mandato con la propuesta y aprobación de este reconocimiento para Ricardo, el que fue nuestro primer gran jefe –el de Juan y el mío– en nuestros orígenes: en aquellos años ochenta en los que los aprendices de periodista reestrenábamos la libertad de expresión de la mano de veteranos como Acirón, que habían sufrido los rigores del franquismo en forma de multas, secuestros de medios, despidos y ceses.
Creo que puedo hablar en nombre de la asamblea de la Asociación que en diciembre ratificó la concesión del premio para darles las gracias a Salvador y a Juan. Agradecerles este acto de justicia profesional con el que era el decano de los miembros de la Asociación y el que fue y será por siempre el primer Catedrático de Periodismo de la Universidad lagunera.
Un premio decidido justo en el momento en el que Ricardo cerraba su ciclo como profesor de la Facultad de Periodismo y días antes de que sus propios compañeros supiéramos que había sido alcanzado por una enfermedad fulminante que no pudo remontar.
Ricardo supo, a través de su hija Raquel, de la concesión de este premio “Patricio Estévanez” que él tanto apreciaba. Y quiero pensar que eso iluminó siquiera un poco las circunstancias de los últimos días de su vida.
Quiero pensar que apreció que se reconocían tantos esfuerzos y anhelos que él había entregado a esta profesión. Y que, sintiéndolo así, se mitigaban algunas amarguras y se rompía con los silencios de los últimos años, con esos silencios que suelen seguir a los dirigentes de instituciones y empresas cuando cesan. Gracias Juan, por hacerlo posible.
Este fin de semana caí en la cuenta de un aniversario que ahora les cuento. Lo descubrí justo hace tres días, releyendo uno de los libros de Ricardo: La prensa en Canarias: Apuntes para su historia, su trabajo de fin de grado como licenciado de Ciencias de la Información. Un libro delicioso, sobre el que –sin poderlo– me gustaría extenderme aquí, especialmente sobre sus 25 precisas conclusiones, esas que hacen referencia a los hechos diferenciales del periodismo en Canarias, donde la imprenta llegó tres siglos más tarde que a la Península: un detalle revelador sobre la esforzada industria de la noticias en Canarias.
Retomo el aniversario de que les hablaba: Hoy hace exactamente treinta años y tres días de la fecha en que Ricardo Acirón puso la primera piedra de la Facultad de Periodismo de la Universidad de La Laguna.
Hoy hace exactamente treinta años y tres días de la fundación del Centro Internacional para las Ciencias de la Comunicación (CICICOM), que fue el embrión y la cuna de la Facultad lagunera en la que han cuajado tantas vocaciones periodísticas.
Durante un tiempo –fui testigo– el CICICOM era Ricardo. Era el pulpo Ricardo en la múltiple función de gestor, programador, profesor, secretario, chófer y logístico de una serie de seminarios, cursos e investigaciones que demostraran a las autoridades académicas de la Laguna que había demanda y que era posible y necesaria una Facultad de Periodismo en Canarias.
En puridad, no sabemos ni podemos saber si, sin el impulso de Ricardo, alguien hubiera tenido la paciencia, estímulo y tesón necesarios para crear en Tenerife una facultad que ha permitido y permitirá estudiar Periodismo aquí a cientos y miles de personas que no disponían de medios para hacerlo fuera. La experiencia nos enseña que ésta es una profesión de individualistas y es muy posible que Ricardo Acirón haya sido la condición necesaria para la existencia de la Facultad de Periodismo.
Y, así, que sea en los miles y miles de trabajos, artículos, piezas y reportajes firmados por los que fueron alumnos de esta Facultad y fueron sus alumnos donde se preserven hacia el futuro los genes profesionales de Ricardo Acirón. Esa es la grandeza de la enseñanza, que es una siembra, a veces baldía, pero a veces germen de maravillas.
Ricardo no solo enseñó: creó la plataforma para que otros muchos enseñaran y sigan enseñando. Y en ese proceso vivo pervivirá él y su obra de alguna manera. Y no sólo en las hemerotecas o en los archivos de audio y televisión. O en la herencia que proyecten hacia el futuro Carmita, Jose Miguel, Raquel o Pilar.
Y he querido destacar en estas breves líneas la aportación a la enseñanza de Ricardo Acirón porque, fuera de la academia, es la faceta menos conocida por la sociedad y aún por la profesión, acostumbradas más a recordarlo como el director de Jornada y el subdirector de El Día que fue. Ricardo Acirón estudió, relató y difundió los más 250 años de historia del periodismo en Canarias, en la que él acaba de entrar con honores, después de haberla honrado y enriquecido durante casi medio siglo de intenso oficio.
Salvador García me advirtió sabiamente contra la tentación de alargarme y de repetir aquí lo que don Google con tanta facilidad nos aporta. En alguno de la más de una docena de libros se halla su densa biografía, pero la más accesible y sintética la encontrarán en la web de la Academia Canaria de la Lengua de la que era miembro honorario, como buen profesor de Redacción Periodística que fue; y buen corrector de originales. Doy fe.
De lo que él no presumió nunca en esas biografías ni encontrarán fácil en Google –y por eso lo aporto aquí– es de haber sido uno de los directores de periódico más jóvenes de España, si no el que más entonces. Con 25 años, en 1968, fue director del periódico Lucha, de Teruel, su tierra. Fue un puesto en el que apenas duró unos meses, porque fue cesado por los que entonces mandaban a la postre en todos los periódicos. Un fuerte desencuentro con el gobernador civil de Teruel le sacó del periódico y temporalmente de la profesión. Y por eso vino a Canarias como maestro de escuela pública que también era. Y fundó con Carmita una familia, una facultad y una trayectoria que hoy celebramos. Una trayectoria que, en sus primeros años, dio, junto a Ernesto Salcedo, espacio y debate en El Día y en el “Club La Prensa” a los nuevos políticos demócratas de los años setenta.
Aquel encontronazo con el poder político, con el gobernador civil, le previno sobre las complejas relaciones de periodismo y política.
Una de las sentencias-advertencia que nos solía hacer a los jóvenes periodistas en los años ochenta era: “No cabe la amistad entre un político y un periodista. La amistad de un político con un periodista es siempre interesada”. Se me quedó grabada.
Años después deje de trabajar con Ricardo –pensé que temporalmente– en Jornada, para hacerlo con un político, Adán Martín, durante muchos años, en el Cabildo y en el Gobierno. Tantos años que acabé yo también en la senda política durante los cuatro de una legislatura.
“¿Sabes lo que te digo Ricardo?”, le inquirí un día unos treinta años después: “Que he descubierto de primera mano que tampoco los políticos pueden ser amigos de los periodistas. Al menos de los buenos periodistas”.
Puso su cara de extrañeza sonriente. “Porque un político –añadí medio en broma– no le puede confiar el secreto de nada a un periodista ejerciente, sobre todo si es bueno. Si es bueno, por muy supuesto amigo que sea, siempre acabará soltándolo en petit comité o publicándolo, porque está en el ADN del oficio”.
Cerramos el círculo de aquella enseñanza con la lección de la mutua experiencia de nuestras vidas.
Gracias Ricardo por todo lo aprendido. Gracias a todos ustedes por honrarle con su presencia aquí.
Ricardo bandeó los vaivenes de la política durante décadas y dejó hondas pruebas de su capacidad para la amistad y amor a esta tierra [tanto como para alcanzar su título de más orgullo: Hijo Adoptivo de Tenerife].
Y se se topó finalmente, de nuevo, con la peor cara de la política casi medio siglo después, 47 años después, cuando las miserias de la pequeña política universitaria quisieron cortarle el paso a algo a lo que estaba predestinado: a morir con las botas puestas, al pie del cañón, de la investigación, de las tesis, de sus alumnos. Pero no lo consiguieron y el cabezón de Ricardo lo logró. Porque Ricardo Acirón murió hace solo un mes con las botas de servicio bien puestas».
Hay personas que te cambian la vida. No sabes cuando lo hacen. Pero, llegado un punto, miras hacia atrás y te das cuenta. Y a veces se lo insinuas, se lo dices más o menos, pero no se lo reconoces con la rotundidad de lo que es un hecho cierto y confirmado. Una verdad rigurosa, entre dos viajes a Pamplona.
Hoy he de dar testimonio de uno de esos casos. Ricardo Acirón, que se nos fue a Pamplona a morir -sin saberlo – en su último viaje, fue el aragonés cabezón que hace 35 años se empeñó en que yo -soldadito navarro en el cuartel de Almeida – quedara amarrado por siempre a Tenerife y Canarias por oficio, casa, familia y amigos, por esos cuatro vínculos que nos enraizan profundamente con una tierra y con su paisanaje humano. Y , por si alguna duda me asaltaba, Ricardo tuvo la osadía de aprovechar otro viaje a Pamplona para buscar entonces la complicidad de mi novia (hoy , mi mujer, Berta) y para que también se sumara, los dos juntos, a nuestra aventura vital en Canarias. Pasados los años, la canariedad de mis hijos es también un poco cosa a él debida.
Recuerdo esos gestos de entonces para recrear el lado más humano y entrañable de Ricardo, su vertiente más desconocida, que ocultó siempre tras su fachada de implacable profesor, capitán de redacción y adicto irremediable al trabajo desde la madrugada, mucho antes de que supiéramos qué era eso de ser un workalcoholic.
Y ya metidos en las veredas profesionales, es la palabra «rigor» la que primero asocio con Ricardo Acirón como periodista. Era una palabra que le gustaba mucho en aquellos años, una cualidad que siempre buscaba en cada pieza, en cada texto y en la concreción exacta de esos titulares por los que a veces peleábamos; conscientes de que una gran mayoría nunca baja a ver la letra pequeña.
Algunos han visto en el rigor de Ricardo esa primera acepción del diccionario: «Rigidez o firmeza en el trato o en el cumplimiento de ciertas normas». Pero yo siempre aprecie y aprendí de él la segunda: «Propiedad y exactitud o precisión en la realización de algo, especialmente en el análisis, el estudio o el trabajo científicos». Porque ese era el rigor que vi practicar a diario a Ricardo Acirón en nuestros ocho años juntos en El Dia y Jornada: la busqueda del dato preciso, contrastado, verdadero… riguroso, lo que ahora se viene llamando «periodismo de verificación» y que entonces era ,simplemente, «periodismo bien hecho», información contrastada.
Rigor, sí, y pertinaz empeño en no casarse con nadie a medio y largo plazo, en ser profesionalmente independiente, aunque en el corto plazo las circunstancias empresariales, las necesidades y la condición humana hacen del periodista un hombre tan vulnerable y/o formidable como todos. Pero en el horizonte hacia el que se camina -sostenía Ricardo – las aspiración de independencia del periodista ha de ser indeclinable, tozuda, permanente. Y eso tiene sus peajes y sus costes, porque mucha gente no es capaz de entenderlo.
Cuando alguien se va definitivamente, la vida nos muestra algunas lecciones que nunca acabamos de aprender . Nos dice que cualquier saludo y encuentro puede encerrar una despedida. Y que, por ello, hemos de saludarnos y encontrarnos siempre con la pasión que el corazón nos dicte, más allá de lo que digan las reglas de urbanidad y cortesía o nos imponga la desgana. Hoy me duele la pérdida de Ricardo y me duele no haberme «despedido» de él más intensamente a lo largo del tiempo, para combatir su fugacidad y llenar más nuestras horas de afectos.
El pequeño tributo de estas líneas no subsana nada de lo no vivido. Apenas quiere esbozar unos trazos de un hombre entregado hasta el último día a su triple e intensa devoción -periodismo, enseñanza y familia – y arraigado ya, para siempre, en el recuerdo de los que tuvimos la suerte de disfrutarle en alguna étapa de la vida. Y quiere también recordar que, si alguna vez necesitamos sentir a Ricardo cerca, siempre podemos acercarnos a mirar en el fondo de los limpios y vivos ojos de Carmita.