La abuelía no es tanto un rango,
como nueva mirada a lo que somos,viéndolos a ellos, tan pequeños,
con renovado pasmo
ante el perenne milagro de lo humano.
Es ascenso al penúltimo escalón,
apertura de brazos, abrazos
para acunar primero y sostenerse luego.
Es red para caídas,enredos de caricias
magisterio, guarda, cómplice
espejo de sonrisas, refugio,
bastón, soporte, testigo, memoria.
Todo lo olvidado hay que reaprenderlo;
y juntos, remendar viejos recuerdos
y alumbrar otros nuevos.
La historia que fuimos
se enhebra con otros hilos,
anuda mejores deseos y proyectos
para un futuro que, ya sí, levantarán ellos.
Sí: ¡Bienvenida seas, Sofía, hija de mis hijos!